El angel exterminador... pero al revés... o algo así...
Aparte del glamour que destilamos Gato y yo hay otra cosa en común: somos propensas a las situaciones ridículas. En mi nueva casa ya me conocen todos los vecinos:
Nueve de la mañana.
Bebé duerme. Me levanto con mis ojeras, pelos recogidos con mil horquillas, restos de pintura bajo los ojos y un camisón relavado y fino como el papel que tiene diez años. Aprovecho el fresquito para recoger los hierbajos del jardin.
Nueve y media.
La perra no deja de dar por saco intentando entrar en casa y al entornar la puerta se cierra del todo. ¡¡Mierda!! Con estas pintas, sin móvil, sin llaves y en la calle.
Diez menos cuarto.
Consigo abrir la cancela de fuera de la casa con una horquilla y salgo a buscar, ASÍ, a algún vecino. Unos panchitos están arreglando el tejado de la casa de enfrente y les explico sonriendo lo que me ha pasado para que me presten el móvil un momento. Me miran raro. Preferiría que se rieran de mí a que me miren raro, tengo que estar horrible. Como mi compañera de piso no coge el teléfono escribo un mensaje y me vuelvo al jardín, a limpiar. Y bebé dormida.
Diez y media.
Ni rastro de mi compañera, pero sí de una vecina que tiene su casa a un nivel superior a la nuestra y baldea con detergente su terraza. Y con el palo de la escoba quita el tope para que caiga TODO a mi jardín. Me resulta muy ridículo intentar discutir con una vieja llevando estas pintas, y más cuando se hace la que "no está allí y nunca ha estado ni ha tocado el tope". Así que trepo por la pared con mi camisón mientras refunfuño sobre los muertos de alguien y pongo el tubo. Ahora, además de ridícula, estoy empapada con agua sucia.
Once de la mañana.
Mi pelo está opaco, mi pintura más corrida todavía, la niña sigue acostada y decido llamar y llamar a la casa hasta que se despierte. Cuatro timbrazos largos y se oye "Poc!". Fundido. Y yo olisqueando por la ventana por si olía a quemado, y gritándole a ver si me oía.
Once y cuarto.
Pregunto a los panchitos si saben algo de mi amiga: "Ah, sí, ella llamó, pero le dije que ya había entrado". Lamadrequelosparió. La llamo de nuevo y por fin viene su tía con una copia de la llave. Subo los escalones de tres en tres para ver qué le pasa a mi niña: NADA. Que ese día, casualmente ese día, tenía más ganas de dormir que en el resto del año.
Y nada, después de aquello ya me conocen todos los vecinos. Adiós a hacerme la interesante.