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Así se escribe: entre corchetes. Es la parte de la historia que no vale la pena contar. Se abre corchete, puntos suspensivos, se cierra corchete.
Parece que no pasa nada en el periodo entre batallas... pero sí que pasa. Porque mientras uno repliega, hace recuento de bajas e inventario de víveres, analiza las batallas libradas y proyecta y planifica las que han de venir. A veces, limpiando el arma, se queda anclado en el movimiento y convierte la tarea en un bucle; y los ojos miran a través de las superficies opacas viendo cosas que el resto del tiempo no se pueden ni adivinar.
La introspección se vuelve agotadora en los puntos muertos. Esas zonas del pasado para las que uno no tiene todas las claves, para las que sólo tiene una sospecha, la certeza de lo que sintió –con todo lo que ello engaña- y el resultado. Como aquella batalla en la que N resultó herido y aún no ha podido averiguar por qué. N resultó herido, nadie cambia eso, y nadie va a evitar ya ese renqueo de su pierna izquierda. Pero saber qué paso podría ayudarle a uno a sentirse mejor. Y uno baraja algunas certezas con el estómago, pero no tiene ninguna prueba de lo que la tripa está diciendo, así que se calla y sigue rumiando.
A veces, en la calma, sucede algo maravilloso. Una porción del pasado reaparece. En las palabras de otro, en una foto casual, en cualquier captura material de una situación. Y entonces uno lo ve todo, puede saber dónde estaba el francotirador que hirió a N y cómo falló entonces en su misión de controlar todas las perspectivas; puede constatar por qué se sintió observado, por qué la densidad del aire se multiplicó hasta paralizarle y su estómago se hizo un nudo. No eran cosas suyas: era el disparo que venía de camino.
Y entonces se apodera del alma una satisfacción triste. Porque a uno le gusta acertar, que el pasado le explique que no estaba equivocado, que su percepción y sensibilidad están intactas y en perfecto estado de funcionamiento… Y que podría haber hecho algo distinto.
Y después de ese momento de iluminación viene la digestión. Asimilar el papel que uno tuvo en su momento, con su visión no telescópica, con su falta absoluta de superpoderes, con la limitación que sus propios deseos y respetos le impusieron… y el papel que, por lo vivido entonces, tiene hoy. Porque uno sabe que para N es el capitán que no le supo proteger. Hay respeto, disculpa, e incluso aprecio. Pero a tomar por culo la admiración, la magia del rango y la energía en el “¡mi capitán!”.
Porque es bastante probable que N, en el calambre número n, piense que hubiera sido de su pierna de haber estado bajo otro mando al que nunca tuvo en batalla. Que calambres hay miles; casi tantos como pensamientos fugaces cuando uno sueña con piernas sanas.
5 comentarios:
Lo malo es cuando vuelves una y otra vez a la parte de la historia que está entre corchetes y no encuentras las respuestas que buscabas. Es malo tener una respuesta triste, pero es peor no tenerla, ¿no?
Speedy, por éso es maravilloso cuando una porción material del pasado viene a buscarte. Aunque sea triste, te da las claves para entender situaciones, no sólo del pasado, sino también del presente. Te ayuda a poner cada cosa en su lugar...
Supongo que es una de esas ocasiones en las que lamentas tener razón, pero sí, es mejor saber qué pasó exactamente que no saberlo, vaya.
Estoy de acuerdo contigo, Gato. Esos paréntesis son estrictamente necesarios. No pueden alterar nada del momento vivido, pero sí pueden alterar nuestra percepción del mismo y, en función de ella, nuestras posibilidades en el futuro. ¿Cómo si no aprenderíamos de nuestros errores? Únicamente adoptando esa mirada telescópica y siendo conscientes de ellos una vez los hemos cometido. No estoy diciendo que esa reflexión nos libre automáticamente de la posibilidad de cometerlos de nuevo, lo que digo es que sin ella la posibilidad ni siquiera se abriría en el horizonte.
Por otro lado, necesitamos contarnos a nosotros mismos quién somos, lo cual pasa por retroceder unos cuantos pasos y obtener de este modo una visión completa del cuadro. Dentro de él, demasiadas cosas quedan fuera del alcance de nuestra vista, y la narración sólo puede ser incompleta, si no fallida.
Me ha encantado tu reflexión y el modo en que la has hecho. ¡Y que ya era hora además de que te pasaras por aquí! :P
Un beso!
Xisca, siempre alivia saber que uno sabe, :)
Antígona, es que estoy muy poco inspirada... los estudios y el calor me han derretido el cerebro... :D Pero gracias por seguir pasando por aquí!
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