lunes, 9 de noviembre de 2009

Retales: violetas

Y otro estampado de flores. Más verdes, azules y violetas esta vez. Como las del patio de la Yaya. Frap-frap, frap-frap. Desangelado sin su Juanita, se fue consumiendo poco a poco. Grandes arrugas verticales surcaron sus mejillas y las sienes se le hundieron como cuevas. Mientras pudo, siguió yendo a regar el jardín de la Yaya. Se citaba con alguno de los nietos cuando la hora del calor se había pasado, e iban a la casa en la que habían estado sus últimos años juntos. Con ella también quedaba. Lo recuerda subiendo por la calle, ligeramente en cuesta, - muletas, paso, arrastrada- y al acercarse, mirar su flamante reloj digital casio, plateado y grande. Se lo mostró:

- LEE.

- Cero ocho... dos puntos ¿cero cero...?

- ¡Las ocho! - y se reía, sacando una moneda de veinte duros de las nuevas; por haber sido puntual.

En el patio, ella cogía la manguera y la iba llevando, cuidando que no hiciera nudos, por las macetas y los arriates. La colocaba sobre un tiesto y, mientras manaba el agua, levantaba la cabeza para mirar al abuelo. Entonces, de repente el Abu decía "¡Ya!" y había que cambiar a otra planta. Así sobrevivían, aunque algo mustias sin la Yaya, las diamelas, el jazmín, la planta del dinero, los geranios... Cuando ya estaba prácticamente todo, ella se entretenía en mirar como las plantas agostadas parecían alegrarse de beber, tallos y hojas irguiéndose refrescados... y el Abu desaparecía del patio.

Entonces era triste. Si entraba en el corredor, podía ver las puertas de la sala de estar entornadas y ahí estaría el Abu, al fondo, cogiendo una foto tras otra de la Yaya, llevándosela a los labios con fervor, y murmurando con la voz quebrada: "guapa... guapa...!". Ella lo sabía porque una vez había entrado en el cuarto de estar sin que la oyera. Cuando llegó hasta a él, pudo ver que le resbalaban por la cara lágrimas como jamones. El Abu, contrariado, la miró con ojos que parecían llamarla "¡intrusa!" y le ordenó:

- ¡Vete!

Ahora esperaba en el patio, cogiendo los capullos de jazmín sin bordes rosa, que son los que han de abrir en el día. Como hacía la Yaya, que se prendía un ramillete de jazmines que le iban floreciendo sobre el calor del pecho en el vestido hasta formar un broche perfumado. Cogiendo jazmines se entretenía mientras esperaba a que el Abu terminara.

Y así fue mermando, más de amor que de viejo, sin perder esa prestancia que le caracterizaba a pesar de todo.

6 comentarios:

Hacha dijo...

Nada,aqui a mojarnos los ojos...

Gato dijo...

Estoy muy orgullosa de tí por haber conseguido utilizar tu perfil. No llores, tonta.

Hacha dijo...

Jaaaajajajaja.Pava.

Sberrow dijo...

He entrado porque tenía nostalgia de ti y aquí sigues tan especial como siempre; lo sé, te debo un mail...
Muchos besos.

Anónimo dijo...

mala hermana!! hay que ser gilipollas pa subir al ordenador pa hincharme a llorar!! pero me gusta recordarlos!!
Gracias
Pan o Pam (en verdad no sé si es con n o con m, las niñas no me lo han escrito nunca, solo me lo dicen, jaja!

Gato dijo...

Hacha, díjole la sartén al cazo...

¡¡Sberrow!! Jo, ¿Cómo estás? Te he llamado y no te he encontrado... lo intentaré a una hora menos intempestiva para tus madrugones. Muchos besos.

Pan, a mí me gusta más pan (el neutro de "todo" en griego, pas pasa pan, :D). Que no me des las gracias, tontarraca.