lunes, 29 de septiembre de 2014

Certezas, miedos y mujeres de verdad

No sé si cada vez la gente a mi alrededor está más llena de certezas, o es que yo estoy más sensible y  me doy más cuenta de las certezas de la gente y reparo en que me gustan poco.


Que no se me malinterprete... tener certezas es cojonudo. Es un braserito en un día de lluvia. Tener certezas es tener los pies calentitos y la tranquilidad de que el frío lo pasarán otros, los que andan bajo la lluvia, con o sin paraguas, apresurados vete tú a saber por qué. Las ganas tontas de ponerse a la intemperie que tiene la gente.

Pero debe ser que me estoy haciendo más sabia, porque paulatinamente soy más tonta. Escucho y observo opiniones y comportamientos que una buena porción de gente desaprobaría, y yo sólo me pregunto "por qué". Por qué lo hace, por qué lo dice, por qué se siente así, qué me haría a mí sentirme así, y quién tiene derecho a emitir un juicio al respecto.

Y me doy cuenta de que quienes están llenos de certezas son los que se sienten más capacitados para juzgar. Y será por éso que no me gustan las certezas. 

Pero repito: adquiero dudas nuevas casi todos los días. Así que me pregunto por qué. Por qué la gente tiene certezas, por qué la gente airea sus certezas, por qué se siente tan orgullosa de sus certezas. Qué me haría a mí sentir tener esa clase de certeza. Y cómo me atrevo a juzgar a quiénes la tienen.

Y no estoy muy segura, porque tengo muchas más preguntas que respuestas. Pero intuyo que lo que hay detrás de las grandes certezas, son los peores miedos. Cuanto mayor es la certeza, mayor el grado de vehemencia y más duro el juicio... más cagado está el que lo emite. Así que se tiene que parapetar, generando una certeza como ley imbatible, como explicación sin mácula de sus opiniones, creencias y comportamientos y éso le consuela.

Cuanto más inteligente es la persona asustada, más elaborada es su certeza, a la que adorna de observaciones empíricas que la confirman, o incluso generando divertidas taxonomías de la realidad que le acercan a quienes tienen miedos similares. Entonces las certezas se retroalimentan, y el miedoso más listo llega incluso a convertirse en el líder de opinión en una corriente de certeza cuya existencia tiene un origen personal: que la necesitaba desesperadamente.

Por ejemplo, hablemos sobre las mujeres de verdad. Intentemos ver qué es una MUJER con mayúsculas, ésa que puede ser un referente, el espejo en el que nos miremos para evaluarnos, y desarrollarnos como mujeres -si es que nos pillan con las ganas y la energía-. 

¿Quién es la FÉMINA? Mmmm... veamos... ¿Gwyneth Paltrow? ¿Audrey Hepburn? ¿Lauren Bacall? ¿Sofía Vergara? ¿Cristina Rosenvinge? ¿Catherine Z Jones? Lamentablemente, dudo que nos estemos planteando considerar a Madame Curie si pensamos en feminidad. Porque cuando pensamos en ser femeninas, nos preocupa nuestro aspecto externo y puede que el tipo de rol y de comportamiento que adoptamos en general, pero en también en particular frente a lo masculino. Y aquí llega el veneno.

Porque el rol clásico atribuido a lo femenino retrata a ese cervatillo frágil, de aspecto delicado que es arrebatador para muchos hombres, especialmente aquellos que gustan de aceptar el rol -también clásico- de machos protectores. 

Y es una putada si calzas un cuarenta de pie, un culo de la cuarenta y dos como mínimo, tienes espaldas de dar hostias como panes y un carácter de arrea. Porque sabes que no eres así de femenina. Que si un hombre tiene que protegerte va a tener que echarle un par de huevos al asunto. Porque a tí te echan el piropo de "pareces un tío"; y un tío para proteger a una mujer masculina ya va a tener que ser triple macho.

Como tía "poderosa", hay una amenaza constante que te estrangula la autoestima: te falta feminidad. Sí, a los tíos les asusta tu decisión, no les agrada una mujer de armas tomar y con posibilidades de devolverles físicamente un puñetazo. Y da igual qué otras virtudes te adornen, porque una mosquita muerta que responda mejor a la imagen del cervatillo desvalido te gana por goleada. Posiblemente una tía de armas tomar tiene dos problemas gordos. El primero es que compite, aunque no quiera; mentalmente nos cuesta horrores no medirnos ni compararnos con otras mujeres. Y el segundo es que se siente en inferioridad de condiciones en esa competición. 

Y entonces surge la certeza salvadora: las frágiles, cervatillas, mosquitas muertas NO SON MUJERES DE VERDAD. Son unas sosainas que juegan a la melancolía y a agarrar a los hombres tontos de los cojones, con esa mirada desvalida que clama "protégeme". Pequeñas serpientes manipuladoras.

Un hombre de verdad tendrá cojones para enfrentarse a una mujer de verdad.Y sabrá decirle "ven acapacá que te empotre, cordera". Y nosotras tan felices (¡¡Triple macho, yuju!!).

Lo cierto es que no hay mujeres de verdad. Porque no las hay de mentira. Hay personas más independientes, más dependientes, más fuertes, más frágiles, más gordas, más delgadas... para gustos, colores. Y complejas, también. Que una puede ser fuerte aunque la persona precisa nos pueda matar sólo con un silencio de cuatro horas.

En fin. Cada vez que tenga una certeza me lo haré mirar. Que dime de qué presumes y te diré qué te acojona, creo que era el refrán... ¿no?

2 comentarios:

Speedygirl dijo...

Totalmente de acuerdo: cuantos más años, más dudas. Y de los que tienen tantas certezas y tan claras... no me fío.

Gato dijo...

Speedy!! Eres la guardiana de los blogs, la Caballera Cruzada incansable...

No te preocupes por los de las certezas. Lo divertido es explorar en plan cirujano emocional. Abrir con el escalpelo y decir: "aaamhá, te pillé!".

Que como decía mi primer jefe de cocina, "Si dicen, que dizan. Mientras que no hazan..."