lunes, 12 de abril de 2010

Uno

Un día uno llega a casa sin ganas de cenar. Está terriblemente cansado y sólo quiere dormir. Así que se ducha y se mete en la cama suponiendo que va a caer como un plomo.

Pero no es el caso. Porque en lugar de cerebro, uno tiene una centrifugadora en la que un número determinado de prendas van dando vueltas, apareciendo y desapareciendo de la vista, golpeando el tambor con botones, cremalleras y demás durezas propias de la ropa.

Así le mantienen en vela las preocupaciones del día, las emociones que le provocan, hasta que uno se rinde ante la evidencia de que la noche no va a ser más que la prolongación del día, que las angustias no van a dar ni un poquito de tregua, y que mañana llegará al trabajo más cansado, más irritable, y más torpe.

Otro día uno reflexiona y se da cuenta de que ese tipo de noches se han convertido en algo habitual. Y empieza a pensar que está siendo débil, que no tiene sentido preocuparse así, que sea lo que quiera que esté pasando, sólo tiene que ponerse las pilas y arreglarlo... seguro que puede arreglarlo...

Así que se pone su cara de domingo y coge su coche para ir al trabajo con energías renovadas. Y de verdad lo intenta, y todo empieza a ir mejor, varias tareas le quedan bien, resuelve algunos asuntos. Pero, estúpido humano, comete un error. Y recibe el mensaje acostumbrado: los errores no son excusables, son inadmisibles, ¿cómo demonios ha podido suceder?

Y tres horas más tarde de su horario de salida, llega a casa, herido, con un cansancio cualitativamente distinto. El cansancio en el que uno tiene una opresión en el pecho. Qué cosas, como si tuviera uno ganas de llorar.

Marta está enfadada. Uno no ha ido a recoger a las niñas de la clase de patinaje, y con esta son tres semanas que no lo hace. Las niñas han cenado y están a punto de irse a la cama; la pequeña le cuenta a uno cómo se ha caído para hacerse ese enorme cardenal en la pantorrilla, que le enseña estirándose la pernera del pijama. Uno besa la piel amoratada de su hija y se da cuenta de que se está perdiendo algunas cosas.

Cuando las niñas están en su cuarto, Marta habla con uno y le dice que no aguanta más esta situación: que está obsesionado con su trabajo y no colabora en la casa ni en la educación de sus hijas. Uno trata de explicar cómo es su trabajo y por qué está tantas horas allí, pero Marta no entiende las razones. Cuando uno trata de explicarse, se da cuenta de que es difícil hacerlo. No sabe especificar por qué es tan difícil, por qué no llega, por qué comete tantos errores. Y entonces, en mitad de la discusión familiar, uno se da cuenta de que es un inútil absoluto. Estaba intentando evitar creerlo, porque uno fue un tipo listo antes de ahora, apreciado en su trabajo... intelectualmente capaz, y con una buena actitud y disposición... pero en algún momento... ¿cómo sucedió? Uno perdió la magia. Perdió el cerebro. Lo sabe porque en el trabajo ha escuchado muchas veces lo mal que lo hace, cómo falla en alcanzar el nivel exigido por la dirección. Algún día en el pasado uno se volvió tonto. Marta le mira condescendiente, pero uno se da cuenta de que no entiende lo que está pasando, y de que tampoco se lo puede explicar. Creía que ellos le hacían sentirse triste injustamente, pero le asaltan las dudas: porque... puede que... es posible... que uno merezca lo que le dicen. Es posible que tengan razón y que es inadmisible que uno cometa tantos errores.

Un día uno descubre que le van a despedir. No hay pruebas, como de nada más, pero uno lo sabe. Esas cosas se saben. Entonces uno se siente mal, y quiere que la historia termine pronto, y en una reunión con ellos dice algo políticamente incorrecto. Joder, uno ya está despedido, ¿qué más da? ¿Pueden seguir haciéndole sentir mal?

Han pasado diez meses desde que uno fue despedido. Aún no tiene trabajo, aunque uno se pregunta si en caso de tenerlo sería capaz de hacerlo bien. Bueno, empieza a pensar que puede hacerlo bien, ya que se ha metido en un curso de Finanzas de los servicios de empleo y parece ser un alumno suficientemente capacitado. Qué cojones... es muy bueno, maldita sea la modestia de uno.

Lo que uno se plantea es si, cuando se incorpore a un trabajo, el próximo jefe que tenga aprovechará sus habilidades para las finanzas, o si intentará hacerle daño. Uno tiene miedo. Diez meses después se avergüenza de reconocerlo... pero aún tiene miedo de que le vuelvan a hacer daño. Se dio cuenta en una charla especializada sobre acoso moral a la que asistió; cuando el experto describía el tipo de prácticas que suelen darse, la motivación de los acosadores, los perfiles de víctima, le costó lo indecible contener las lágrimas, allí en medio, rodeado de desconocidos.

Pero lo que a uno se duele más son sus hijas... Haber pasado tanto tiempo en el trabajo, haberse perdido esas cosas que van pasando cuando un hijo crece, y que le hayan visto después, triste y rendido. Marta le apoyó mucho en todo aquel tiempo. Pero hace poco han vuelto a hablar y a uno le crujió algo en la tripa, que fue a reunirse con todo lo demás que ellos rompieron. Marta se sinceró para decirle que uno se había relacionado muy mal con sus superiores en la empresa y que por eso acabó en el paro.

Y uno se dio cuenta entonces de que ellos destrozaron su credibilidad más allá del trabajo.

Y además, todavía tiene miedo.

Así que de cuando en cuando sigue tendiendo una noche de insomnio. Y en ellas, uno rumia situaciones, se representa una y otra vez momentos que sufrió, momentos que debió propiciar, momentos que han de venir y que deberá afrontar... y uno asiste a conversaciones imaginarias con Marta... y trata de explicarle que fue mobbing. Pero sabe que es muy difícil que le crea. Y uno vuelve a sentirse tonto. Y es que... es posible que lo sea.

11 comentarios:

_Xisca_ dijo...

Por desgracia, sé lo que se siente en una situación de acoso prolongada -y que aquí está perfectamente retratado, no sé si darte la enhorabuena, creo que es mejor para uno no llegar a conocer este tema muy de cerca-, aunque no fuera laboral, tuve un intento pero eran tan gilipollas que se les veía venir, parecía que se habían leído un manual. Supongo que tuve suerte, por una vez.

Eso sí tengo un pero, yo también he tenido Martas en mi vida, y francamente, personas que legitimen a un agresor diciendo pero es que tú tienes parte de culpa, que si eres débil, que si eres blando, que te das a ello etc., para mí dejan de formar parte de las personas en las que puedo confiar, si están dispuestos a creer a la clase, al jefe, a un compañero de trabajo que ni conocen, a gente que te hace daño antes que a ti y si luego encima se supone que son amigos o pareja o parientes tuyos, mal vamos.

Para mí son las Martas del mundo quiénes deben reconocer su error y pedirte disculpas, y ya veremos si las aceptas, según la situación y el vínculo que creyeras tener con ellos; quizá suene muy duro, pero generalmente he preferido y prefiero pasar de relacionarme más con alguien tan desleal y mezquino como eso o en caso de estar obligados por la relación de parentesco, poner distancia y hablar lo justo.

Y lo triste de esto es que no parece que haya manera de prevenirlo, si me volviese a pasar me pregunto qué haría exactamente, porque es muy difícil saber qué podría ser efectivo o si realmente se puede luchar contra un cacique todopoderoso que hasta puede hacer que tengas que irte de tu provincia, en algunos casos.

Y lo peor es que a veces tengo la impresión que es precisamente lo que buscan las empresas; acosadores y Martas...

Anónimo dijo...

Triste realidad.

Muchos organigramas están basados en ir encontrando un culpable, no una solución.

. . .

Perlita de Huelga dijo...

Es posible sentirse un poco Marta, es posible sentirse un poco Uno.

En el caso de Uno, cuando las cosas no han salido como yo quería, siempre he pensado que era culpa mía y trabajaba más para merecerme un trato mejor. Aunque nunca llegó... así que daba igual lo que hiciera.

Poniéndome en la piel de Marta, me puede el carácter mallorquín: en la vidas y en el trabajo, cuando nos putean, no decimos NO directamente, siempre es con evasivas, "ja veurem". Alguien puede considerar que somos hipócritas, otros muchos cobardes. Yo en el trabajo nunca he dicho ESTO NO LO HAGO y ESTO NO ME GUSTA, aunque luego he ido llorando por las esquinas porque hago lo que no quiero. Asertividad, creo que lo llaman.

En mi empresa he visto que aquel que daba un golpe en la mesa para pedir respeto luego le iba luego muy mal.

Desgraciadamente, locos hay repartidos por muchas empresas y su forma de hacer pupa puede ser sutil (como la que sufre Uno) o agresiva (como la que viví yo seis años).

No sé que más decirte, Gato, que no hayamos hablado ya por teléfono.

Ah, sí, que le digas a Uno que vale mucho.

_Xisca_ dijo...

Yo he sido la que ha dado un golpe en la mesa y en la isla después le ha ido mal y regular -tardé dos temporadas en encontrar otro curro en otro pueblo-, pero no lo veo como un rasgo idiosincrásico de los mallorquines, pienso que aquello es muy pequeño y que todo se sabe, y claro, si te portas "mal" en una empresa luego en las otras, al menos de tu mismo sector, ya lo saben; en otras provincias esto no es posible por algo tan simple como su mayor extensión. Y no te digo yo nada como te encuentres con que tu propia familia es la que no te trata precisamente con respeto...pero esto sería muy largo de contar hasta para mí.

Es posible sentirse un poco Marta -que yo creo que eso entraría en sentirse Uno directamente, o ya sería un personaje intermedio que no sale en el relato- pero de ahí a decirles a los Unos según qué para hundirles todavía más y dejarles más tirados que una estera -o eso se desprende del último párrafo-, creo que hay que ser un tipo de persona muy chungo y que además acaba igual de jodido, cuando dejan de necesitarle, los locos estos le hacen exactamente lo mismo a menos que sepa demasiado de cajas B e imitar firmas de clientes.

Lo único que funcionaría sería que en vez de desaparecer como Houdini, la gente se te uniera cuando protestas, pero es que no lo hacen, ni en Mallorca ni en ningún sitio, aún estoy esperando ver eso. A ver ahora...

Gato dijo...

Anónimo... yo lo llamo la técnica del reparto del cubo de mierda. Por supuesto, siempre con copia de cortesía a todo quisqui... Mucha enfermedad mental es lo que nos rodea.

Perli, tú tuviste a un cortijero cuyo interés era mantenerte pringando. Colérico, inmaduro, irrespetuoso, castrador, arbitrario y egoísta.
Pero hay otra clase de mezquindad... y el interés principal no es mantenerte produciendo mucho pagándote poco, sino destruirte. Lo que un acosador quiere es hundirte para que te vayas. Que protestes o no, no tiene la menor importancia.
Machaca por igual a todo el que se le ponga por delante porque está así de perturbado...

Xisca, este post está dedicado a muchos unos. Un gato ha estado cerca de al menos siete unos en su última empresa. Cuando hay un tóxico, su poder es como el del crudo en la marea.

El problema es que el daño que se inicia, se proyecta, y a veces alcanza esferas que van mucho más allá del trabajo. Tampoco es que las Martas tengan toda la información, las Martas sólo saben lo que los unos les cuentan, y no hay que olvidar que los unos empiezan a comunicarse mal. El problema no empieza en Marta, aunque es cuando llega a ese nivel que uno se siente realmente solo, cuando el objetivo del jefe tóxico gana por goleada. Es el golpe bajo la línea de flotación, pero la situación es muy compleja.

Y desde luego tienes razón en una cosa: hay Martas y Martas. Algunas no están al 200% (que es lo que requiere esta jodida situación, y es harto complicado). Pero también hay Martas que hacen juicios con ligereza y dejándose la empatía en casa.

Cuando uno se calla y acurruca para no ser visto, le pegan. Cuando uno contesta a la agresión, le pegan. Da igual lo que uno haga, el resultado será malo. Y uno no tiene un perfil de víctima por dar un puñetazo en la mesa... Habrá que atender a las características que atraen a los villanos. Puede que los unos necesiten llevar capas oscuras, porque los villanos no soportan que nadie les brille cerca.

Perlita de Huelga dijo...

Gato, yo siempre he entendido que para sobrevivir en la empresa había que estar calladito y con la cabeza fijada en el teclado para que no hacer mucho ruido.

Pero como tú dices, psicópatas hay en todos lados y te huelen el miedo.

Perlita de Huelga dijo...

POr cierto, Xisca, sí, todo se sabe en esta Isla. Yo hubiera mandado a la mierda a mucha gente que me ha tratado mal pero eran amigos de mi jefe y me he callado. Es más, he apretado la mandíbula y sonreido, no sea que se me notara el malestar. De ahí que padezca bruxismo...

Gato dijo...

Pues piensa que tienes una sonrisa como pocas, Perlíssima. Que pierdan los dientes ellos...

mjjulieta dijo...

hola guapi!!
seguro q coincidimos.

yo a uno le recomiendo este libro:
http://www.blogdelibros.com/soy-un-gato-de-natsume-soseki/
jijijijijijijijijijijijijijijij

Petulandcia dijo...

Gato for ministra de trabajo ya!!!
Nena, que bien lo cuentas.

Gato dijo...

Mjjulieta, en cuanto acabe el máster vuelvo a la lectura de disfrute, que me cago en el plan Bolonia!!

Petu, cualquiera para ministro de trabajo y para economía también, ¡¡por dios ya!! :D