viernes, 6 de noviembre de 2009

Retales: el frío blanco

El blanco. El de las sábanas constantes, el de las cajas de medicación, el de la luz cegadora de la mañana cuando se descubre que la pesadilla no fue sueño... frap-frap, frap-frap... La enfermedad hacía mella en él, pero la Yaya le cuidaba. La recuerda desatándole los cordones de los zapatos en el cuarto de estar para que él sólo tuviera que sacárselos, en la hora de ir a dormir.

Y contra todo pronóstico, por edad, por estado de salud... la Yaya murió repentinamente. Sufrió una embolia devastadora con la que consiguió lo que siempre había pedido en sus rezos: morirse sin enterarse siquiera.

Para el abuelo fue un cataclismo. Lo recuerda entonces, instalado provisionalmente en una cama en el salón, con una mesa de hospital a su lado, repleta de cajas de medicina. Durante un tiempo tuvo que ir el practicante a pincharle a casa, y ella recuerda que le hacía gracia ver cómo su abuelo se tapaba los ojos con la mano, porque le daban miedo las inyecciones.

A la muerte de la Yaya el cuerpo del Abu se solidarizó con su alma, y quedó demolido. Poco a poco empezó a levantarse, pero transpirando dolor a cada paso. Con su ritmo hipnotizador de muletas-paso-arrastrada. De aquel cuerpo formidable quedaban la altura y la prestancia, impertérrito con su vestimenta elegante y su sombrero gris de fieltro, en unos años en que era imposible encontrar sombrererías ya...

2 comentarios:

criaturilla dijo...

Qué manera más linda de contar una historia triste

Gato dijo...

Gracias criaturilla... el objeto de la historia lo provoca...