martes, 20 de noviembre de 2007

Cuando la empatía se convierte en patología

Era viernes por la noche. Salí a las nueve de la oficina y camino de casa me paré en cierto centro comercial. Tenía que hacer una buena compra así que cuando acordé eran las 10:00. Corrí a una caja y cuando llegaba con mi carro, avisaron por megafonía que el centro estaba a punto de “cerrar sus puertas” y que nos dirigiésemos lo más rápidamente posible a las cajas. Otra pareja con carro llegó y se puso detrás de mí. Los de delante empezaron a buscar céntimos en el monedero mientras la cajera se iba impacientando visiblemente. Así que cuando empezó a pasar mi compra a las bolsas, ya estaba de mala leche.

Me puse delante para ir cogiendo bolsas pero ella debía pensar que era más rápida, así que las apartaba de mí para dejarlas hacia fuera. Primero la evalué en ergonomía: que bien están las pelotitas ésas de la mesa para que corran los packs pesados. Bien, se levanta para mover las cosas, mejor de pie que sentada. Mal, gira la cintura con demasiado ímpetu. Coño, va a romper las cosas de la mala leche que se gasta… Le miré el gesto y creo que odiaba a los puerros, a los yogures y al aceite. Lo odiaba todo. Empecé a sentirme agredida porque su mosqueo era como una nube tóxica, y supuse que era tarde, y me sentí mal. Pero también pensé que el falso horario de salida a las 10 es una mentira de su empresa, no culpa mía.

El caso es que cuando fue a cobrarme, con las prisas y la mala leche, la cagó. Pulsó la tecla que no tocaba y la caja se quedó bloqueada. Así que llamó a una compañera que no lo supo arreglar, y trató de hacer una cuenta a mano con un bolígrafo y un papel, y al final tuvo que llamar por teléfono a una jefa. Aquello desgraciadamente, alargó su estancia allí. Ella repetía “no sé que he hecho” y yo le dije que no se preocupase, que éstas cosas pasan. La pareja que esperaba detrás de mí la miraban con suficiencia, como diciendo “esto por tener tan mala leche”.

La jefa llegó, una rubia con una ceja en alto. Pulsó las mismas 4 teclas tres veces a una velocidad de vértigo y la caja se abrió. La cajera me cobró mientras la jefa se iba. Ví como los ojos se le llenaban de lágrimas y froté su hombro…

- ¡¡Eeeehh!!- susurré haciendo puente con la voz- tranquilízate… ¿es que llegas tarde a algún sitio?

Entonces ella me miró y me asintió con la cabeza haciendo pucheros. Sólo acerté a responderle “aisshhh, lo siento mucho”.

Me dio las vueltas y las gracias, y yo cogí mi carrito. Cuando lo hube descargado en el maletero de Leoncio me metí en el asiento del piloto. No había sido un día muy alegre. Así que aprovechando la situación me confraternicé con la cajera y lloré yo también. Aunque no demasiado, que llevaba verduras congeladas.

6 comentarios:

Perlita de Huelga dijo...

jo.
prometo que nunca más iré al super a última hora... pobres

Eva Luna dijo...

JO, yo a esa misma hora estaba medio llorosa en la estación de Renfe porque había salido tarde, porque estaba cansada, hacía frío, soy una desgraciada...
Pero lo tuyo me ha dado infinita penita mas.
JO.

querida_enemiga dijo...

a veces ver llorar a alguien es sólo la excusa para acabar de explotar nosotras... como si se hubiese abierto la veda

Rebilated dijo...

Claro, jodia (con cariño, ¿eh?), es que lo suyo es no apurar hasta el final a la hora de hacer la compra... a todo el mundo le molesta que le den un huevo de trabajo 5 minutos antes de su hora de salida.

Y es que si todos pusiesemos un poco de nuestra parte estas cosas no ocurririan.

Anónimo dijo...

Yo lamento estar en desacuerdo pero a mí el supermercado me templa el espíritu. Entre los inútiles con carritos por medio,las viejas que se cuelan y los/as cajeros/as desagradables, me vuelvo chuck Norris con cesta de la compra. Implacable.

Cattz dijo...

En algunos sitios contratan cajeras cuya hora de salida es media hora después del cierre para no putear a las que cierran justo a las 22. Ójala aprendieran todos de esas medidas que hacen que las cajeras no miremos mal XD