Empieza con susto y acaba con receta.
Ésta es la historia de una de mis grandes cagadas. No creo que pueda hacer un ranking de cagadas porque la cosa estaría muy reñida, y los ámbitos son diversos, y las emociones asociadas contradictorias...
Ésta es una historia que empieza con un gran susto y acaba con una receta. Sucedió cuando yo cuidaba niños, una noche entre semana, mientras sus padres cenaban fuera. Ellos veían una peli de Swarzenegger, de éstas buenas, con gags y todo. Yo les llevaba la cena al salón. Kike y Carlos se peleaban, para variar, y habían dejado la lámpara halógena apagada.
- No váis a cenar a la luz de la tele, que no es bueno para los ojos. Las pupilas se esfuerzan demasiado con los cambios de luz.- un gato nunca decía a los niños "haz ésto porque sí, y te callas, coño", le parecía poco profesional para una niñera. Un gato también afirma que el índice de obediencia no aumenta por el empleo de tácticas cientificistas con menores; tranquilos.
- Es que la luz de arriba se refleja en la tele, y la de la lámpara también- me dijo Kike.
Encendí el pié halogeno a una potencia suave y lo puse de cara a la cortina color crema, para que el reflejo con el color fuera más suave. En ése momento sonó el teléfono. El inalámbrico del salón no estaba allí, porque Carlos había estado hablando con su "amiga" y a saber dónde lo había dejado.
- Voy a coger el teléfono, será el abuelo.
Y me fuí al despacho. Un par de frases, "no, han salido... sí, todo bién... ahora van a cenar... gracias... sí... hasta luego". y pasé por la cocina para coger la botella de zumo.
Cuando entré por la puerta, detrás del sillón donde Kike cenaba mirando a la tele, la cortina tenía una llama de un palmo. Volé los seis metros hasta interponerme entre la cortina y el sillón de Kike y la llama se había triplicado en anchura y altura. Miré en microsegundos en los sofás, buscando algo con qué ahogar el fuego, pero no había nada. Ir a buscar algo y volver, imposible. El fuego se hubiera comido toda la puta cortina. Así que empecé a golpear con la mano el fuego, como una máquina, jadeando, plas plas plas plas plas. Y no había huevos. Era inflamable la jodía. Pues más palmadas: ante la inefectividad, la insistencia. Al final, del zarandeo, la cortina cayó al suelo, abrí la puerta corredera de cristal de la terraza y la terminé de apagar allí, con los piés. Cuando no hubo llama, me dí media vuelta y me apoyé a recuperar el aliento en el respaldo del sillón de Kike, mirándolos a ambos. En ése momento, no sé qué gilipollada dijo Arnold Swarzenegger que, Kike y Carlos, que continuaban mirando el televisor a través de un humo negro y denso, soltaron una carcajada salvaje. Y yo los miré, tratando de respirar, flipando. Miré mi mano. Apenas me había abrasado un poco el meñique. Nada. Vuestros padres. Cómo les explico ésto a vuestros padres. Ya está apagado, pero ahora, cómo cuento lo que ha pasado. Querrán volver de la cena. Cuánto humo. Joder, las cortinas. Vendré a trabajar gratis hasta el año 2000 para pagarlas. Eso si quieren que vuelva a venir en la puta vida. Joder. He quemado las cortinas del salón con sus hijos dentro. Dios. Joder.
¡¡¡RIIIINNNGGG!!!
Vuestros padres. Esa llamada es de ellos. A ver, chicos, voy a cogerlo.
- ¿Sí?
- Hola Gato, soy yo. ¿Cómo están éstos?
- Cenando, en la tele.
- Vale, ¿todo bien? Nosotros no hemos empezado todavía, el servicio está tardando mucho, pero no creo que tardemos más de dos horas.
- Vale, no te preocupes. Pero... esto... que te tengo que...
- ¿Les has puesto la sopa que he dejado ahí?
- Sí... pero...
- ¿Les ha gustado? ¡Ah! ¿Has visto el salmón?
- ¿El salmón?
- Sí, en la nevera hay un cacharro, ¿te gusta el salmón marinado? Lo he hecho ayer, está muy bueno, tú come salmón - su amabilidad me estaba mortificando horriblemente.
- Pili, verás, es que ha pasado algo. Bueno, ya no pasa nada, pero... es que he puesto el halógeno de cara a las cortinas, porque les molestaba el reflejo en la tele, y he ido a coger el teléfono porque ha llamado tu padre y he tenido que venir al despacho, que el inalámbrico no sé dónde lo ha puesto Carlos, y cuando he vuelto la cortina se había prendido, y he tenido que apagarlo con la mano, y ahora está apagado pero la cortina se ha quemado...
- Pero... ¿ha sido mucho? ¿Estáis bien?
- Pues, sí, estamos bien... A ver, no se ha quemado nada más, y ya está apagado, pero la cortina...
- ¿Estás bien?
- ... Ssss...ssí.
- Bueno, no te preocupes. Luego nos vemos.
Y colgó.
Son unas personas encantadoras y confiaban en mí plenamente. Y éso me hacía sentir todavía peor.
Cuando volví al salón, miré la cortina en la terraza. Debía de llevar tanto sintético, que se iba consumiendo, por los bordes del agujero quemado; como un cigarro en un cenicero. Terminé de apagarla con los piés, pero el agujero se había hecho bastante mayor. Los niños cenaron, terminaron de ver la película y se acostaron. Yo limpié un poco, y abrí toda la terraza tratando de airear un poco el hedor a quemado, de una intensidad más que importante. No se iba. Y me senté a esperar en el sofá, mirando al suelo, donde estaba la cortina, con un sentimiento de culpabilidad horrible.
Cuando llegaron, al entrar y oler a quemado, Pili se asustó. Levantó la cortina del suelo, observando el agujero, y se le saltaron las lágrimas. Yo musité que lo sentía, que lo sentía mucho, que nó sabía qué más podía decir. Ella guardó silencio mirando al suelo. Enrique, pacificador, dijo que sólo había sido un susto y que gracias a dios no había pasado nada.
Pero yo no podía dormir. Habían pasado tres días, y pese a que me habían dicho que no pasaba nada, no podía sentirme peor. Así que el sábado a las cinco de la tarde llamé a Pili. Le dije que quería hablar con ella, que no me había quedado tranquila. Ella me dijo que esa noche tenía cena en casa y que si quería ir a ayudarla a cocinar. Acepté.
Cuando entré en la casa aún olía a quemado. Había otra amiga allí, corpulenta, disfrutadora de la comida. Con ella sentada en la mesa de la cocina haciéndose la sueca, le volví a pedir disculpas a aquella madre. Le dije que quería reparar el daño y no sabía cómo. Ella me disculpó con generosidad. Las cortinas las pagaría el seguro. El halógeno ya había tostado el marco de madera de un cuadro, una vez: era demasiado potente, yo no lo sabía, y ellos no me habían advertido. Se alegraba de que yo hubiera estado allí para reaccionar, porque si aquello les hubiera pasado a los "dos tontos" de sus hijos estando solos, se queman vivos viendo la tele. Se me saltaron las lágrimas y le pregunté si había algo que pelar o cortar. Me dijo que cortase un poco de tomate para matar el gusanillo, y la sueca de origen absolutamente castellano se reincorporó a la conversación y a la mesa improvisada. Sólo le quedaba por hacer la ensalada. Corté los tomates en rodajas, y piqué ajo y perejil muy finos para esparcirlo por encima, extendidas las rodajas en un plato, con un chorreón de aceite y sal. Y partíamos los ingredientes de la ensalada mientras íbamos robando algún trozo de todo para nuestra boca, entre rodaja y rodaja de tomate aliñado, - éste es el origen de la cocina creativa: picotear sin orden en la cocina aporta grandes descubrimientos- .
Así que cortábamos en dados pequeños manzana, pera, pepino, melocotón, kiwi, plátano, uvas... El truco es tratar de equilibrar dulce con ácido y seco con jugoso. Yo personalmente prefiero las manzanas verdes, frescas y ácidas, a las rojas y harinosas. Se usa una base de cogollos de lechuga cortados también con un grosor de un centímetro, y según gustos, ensalada de roble. A mí me da la sensación de que ésta última tiene un ligero toque como a regaliz, y me gusta usarla. También se añaden frutos secos: pasitas moras y piñones, inexcusables. Nada frito, por supuesto. También se pueden usar nueces, almendras... según gustos.
Y una vez toda la fruta y la lechuga estaba cortada en la fuente, Pili me dió el toque final: la vinagreta. Cogió un bote de cristal, de espárragos, vacío, y puso en él un par de dedos y medio de aceite de oliva. Luego añadió una buena nube de vinagre y un par de pellizcos de sal. Cerró el bote y lo agitó como una coctelera. Abrió el bote de nuevo, mojó su dedo en la tapa para chupárselo, y me la ofreció a mí. Yo patiné mi dedo y al saborearlo, al final de la lengua noté el picorcillo del ácido.
- Ácido, ¿verdad?
- Un poco...
- Pues ahora verás.
Entonces sacó el cartón de leche de la puerta de la nevera y le echó un chorrito al bote. Volvió a cerrar y tocó la maraca. Lo abrió de nuevo y sonriendo triunfal, me ofreció la tapa. La vinagreta había quedado como una mayonesa cortada, y el puntito de ácido y de sal quedaba suavizado por la leche sin quitarles el carácter. Buenísima. Y con vinagre de manzana o de módena, menos ácidos y más aromáticos, queda muy bien.
Y ésta es la ensalada estrella de Pili, que a todo el mundo gusta. Y cada vez que la hago me acuerdo de ellos, que son unas magníficas personas. Pero buenas.
14 comentarios:
Jeje, qué bien hiladas las dos historias
Acción, aventura, comedia, drama, vinagreta... Anádele un poco de sexo y tenemos un éxito seguro, chica.
Vaya, esa vinagreta tengo que probarla!!!!
Y vaya asco de halógeno, mujer. Las niñeras están sólo para reaccionar en caso de catástofres, como los socorristas.
(Y eso me receurda al día que hice de casnguro de mi primo Horacio, me puse mala de comer gambas y vomité y mi primo de cinco años me cuidó a mí, me aguantaba la cabeza mientras vomitaba y me limpiaba. Y encima me pagaron por esa ncohe!)
Vaya, esa vinagreta tengo que probarla!!!!
Y vaya asco de halógeno, mujer. Las niñeras están sólo para reaccionar en caso de catástofres, como los socorristas.
(Y eso me receurda al día que hice de casnguro de mi primo Horacio, me puse mala de comer gambas y vomité y mi primo de cinco años me cuidó a mí, me aguantaba la cabeza mientras vomitaba y me limpiaba. Y encima me pagaron por esa ncohe!)
¡¡Es asombroso, Perli!! Has comentado dos veces y has tenido las mismas erratas en las dos. Fíjate, casnguro, catástofres,ccohe... las dos veces igualitas. Qué memoria.
Anómalo, mi vida sexual de entonces se parecía bastante a la de ahora. Y esta historia está basada en hechos reales.
Abe, bienvenido; en realidad no está basada, es un hecho real. Así que no las he hilado, las he recordado. De un tirón, de hecho, y he vuelto a pasar el mal rato...
Si lo digo a lo fino a lo mejor no me borráis el comentario: Sinestesia, una variante.
Cuidar niños es peligroso, pero claro, es tan socorrido.
A cierta edad echa una mano. Además aporta aplomo y experiencia a la hora de decidir. Yo me pasaría el verano comiendo esas ensaladas. De hecho nos hartamos.
Mca, ¿¿que qué?? A veces estoy espesa. Lo que he encontrado por sinestesia no me cuadra aquí...
Yo me lo he pasado bomba cuidando niños, me gustaba mucho. Pero además era de las pocas cosas que me dejaban hacer, porque cosas como ser camarera eran profesiones en las que a la mujer se le pellizca el culo. Estereotipos de padre malos de quitar.
Pero normales.
Variante. He dicho variante. Un olor, un sabor, un color, UNA ensalada, te traen un recuerdo. A mi me pasa con los olores. Olor a pastelería buena: La Mallorquina, Puerta del Sol, Madrid. Y así.
Ah.
Vale.
¿Y por qué iba a borrarte, hombre de dios? La verdad que sinestesia suena a insulto, pero tampoco me llega la impulsividad a tanto...
Y sí, lo de qué saca un recuerdo es curioso. Hay un cierto olor de aire freco en primavera con un chiiu de golondrinas que me colocan en el callejón de mi casa con vestido de baberola, calcetines de croché hechos por mi abuela y rodillas sucias y con costra. Sin remedio, es automático.
fresssco.
pa que luego te metas con la perli.
Yo puedo meterme con la Perli. Otro no, que le parto la cara. es lo que tiene compartir el baño sin cerrar la puerta... jijij
Muy buenas, si.
Achab... ¿Las ensaladas? ¿Saludo? ¿La Perli y yo? ¿Si condicional o afirmativo? Su síntesis me despista, le juro.
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