La princesa triste III

Vió a un pelirrojo especialmente cagado de miedo, así que se lo quedó mirando y de repente le hizo “¡¡Buh!!”. El cagado dio un salto hacia atrás y eso pareció divertirla mucho. Se carcajeó con ganas durante un minuto hasta que de repente cortó en seco, dio tres pasos vaporosos hacia los reyes y les espetó:

- ¿Por qué no he sido invitada a esta fiesta?

Los reyes se miraron aterrados. El rey acertó a decir:

- Esto… hemos tenido algún que otro problema con el mensajero… ejem… ¿Me puede decir su código postal?

- Seis, seis, SEIS.

- ¡¡Mecachis, ya sabía yo que por la charca hedionda en la que al desgraciado que entra no se le vuelve a ver, se les iba a olvidar pasar!! ¡¡está el servicio...!!

- ¡¡Ni olvidos de mensajeros ni leches!! ¡¡A ver, para qué están los móviles…!! Bueno, que me da igual las explicaciones que me des, si yo he venido a echarle una maldición a tu hija y punto.

Y dicho esto se acercó a la cuna y maldijo:

- Tú, muy mona, muy apañada, más maja que las pesetas… pero no vas a encontrar un príncipe que te quiera ni a tiros. Verás cómo se te pasa el arroz sin que ni una sola de tus relaciones cuaje, y tus padres se preocuparán cada vez que cortes con el novio que tengas, pensando que se quedan sin línea sucesoria. Y hablando de líneas, que vas a engordar y adelgazar como un acordeón, con los disgustos, y vas a tener unas estrías de dedo. Lo sepas.

Dicho esto, agitó su varita en el aire. De ella salió una mariposa negra y roja que se agitó nerviosa sobre la cara de la princesita, desprendiendo un polvillo de sus propios colores. La princesa estornudó con un ímpetu real que mandó la mariposa a tomar por culo - concretamente a la cara del pelirrojo, quien a su vez se la sacudió (la mariposa) con horror, abofeteándose los mofletes fláccidos como en un anuncio de Williams-.

El hada chunga volvió a regalar su mirada de serpiente en un giro de trescientos sesenta grados y levantando la barbilla con altivez, dijo:

- Ahí os quedáis.

Y desapareció con un puf! como de pedo silencioso. De hecho olió mal.

Quedaba el hada verde por conceder el don. Sí, la que hacía la morsa con las varitas. La verdad es que con el mal rollito del hada chunga se le había pasado el castañazo. Se acercó con solemnidad a la cuna, y empezó:

- Qué mala suerte has tenido hija, porque el hada chunga tiene mucho poder y yo no sé si voy a poder deshacer su hechizo. Bueno, sí que lo sé: no puedo, ¡¡buena suerte!!

Y dando media vuelta a toda velocidad para escaquearse... se encontró de frente con las otras dos hadas brazos en jarras. Mirándolas de reojo se giró de nuevo hacia la cuna.

- Bueno, que sea lo que dios quiera. Puedo hacer que a los veinte años encuentres el amor de tu vida, pero para eso me tengo que hacer una brocheta con tu ojo y todo el mundo te conocerá como la princesa del parche...

Continuará...