lunes, 13 de agosto de 2007

Familia

Los de Chershire somos muchos. Por eso hacíamos menos ruido que los hijos únicos; son dos padres a repartir nada más…

Eso sí, en la niñez, nunca me faltó un amigo. Como que éramos varios. El gato es la quinta; justo en medio de los diez. Eso significa que no es ni chicha ni limoná. Los grandes eran grandes y mandaban. Los chicos eran chicos y se comían los petisuís. Los medianos, mi hermano Fafo y yo… dábamos por saco. Porque es lo que hacen dos niños casi gemelos (de febrero a abril tenemos la misma edad) que no son ni de los grandes, ni de los chicos.

En la entrada de mi casa había un cartelito de madera con el que la gente que venía a pedir hora para la consulta de mi padre, se reía bastante. Advertía “CUIDADO, NIÑOS SUELTOS”. Y es que allí coexistíamos los siguientes:

El mayor, Gonso, se subía a una piedra y tocaba la trompeta; y Sicca, la perra loba que tuvimos, se subía tras él y aullaba (según su condición) para acompañarle. Siempre ha tuvo habilidad para tocar instrumentos –piano, guitarra, armónica- y para sacar de quicio a mis padres. Rebelde sin causa.

El segundo, Cachobestia, ese adolescente de apariencia normal que de repente desarrolla y se convierte en la Masa – ay, perdón, que ahora se llama el increíble Hulk- era el fan de las motos, los camiones o cualquier otro trasto con motor, y de ahostiarse con Gonso. Dos adolescentes de esa edad, viviendo en la misma casa… el cuerpo les pide darse de mecos. Son las hormonas.

La tercera, Oña, esa musa, esa adolescente brutal de los 80 con pintalabios rosa casi blanco, jersey de snoopy y calendadores de lana con franjas de colores. Ella, ELLA tenía una habitación para ella sóla. Con posters de la Super Pop de Terence Trent Darby y Tracy Chapman, comics de Esther y libros de Puck, colgantes de caracolitas pintadas de colores y radio incesante. Dios, quería ser como ella, y poder echar, con tono despectivo, a un moco como yo misma, al grito de “FUERA DE MI HABITACIÓN!!!”. Pero también era buena y nos hacía de madre cuando se alineaban las estrellas y mis padres hacían un viajecito de fin de semana para visitar a tal o cual tío.

La cuarta, Nuevemil, era la hippie emocional. Se conocía a todos los moros y raros del pueblo, que le pedían la mano y le regalaban pasadores para el pelo. Recuerdo que tenía una amiga cruel que la hacía sufrir hasta que la mandó a la mierda. Su armario también molaba más que el mío –como desarrolló pronto, se libró antes de los vestidos de baberola. Y como yo desarrollé tarde, sus vestidos me sirvieron mucho más tiempo del que yo quería, y encima no tenía tetillas como ella. Doble jo-.

La siguiente era el gato. Dentechitos – paletas al más puro estilo conejo- y despiste superlativo. Era la reina de romper platos, vasos o cualquier cosa rompible, y con un curioso trastorno de la atención. Si leía un libro o veía la tele, me quedaba tan absorta que podían gritarme el nombre cuanto quisieran: yo a lo mío. Recuerdo que mi padre me llevó al otorrino. Y el otorrino me diagnosticó un umbral de audición perfecto y una acarajamiento notable. Éso era todo.

El sexto era Fafo. Mi compañero de travesuras –nos escapabamos por el hueco que nos dejaba la cadena de seguridad de la puerta hasta el bar “La Campana”, en la calle paralela a la nuestra, descalzos, en pijama, a las 12 de la noche –no teníamos más de cuatro o cinco años-. Como éramos tantos, alguien llegaba con nosotros de la mano y preguntaba “Don Gregorio, ¿son suyos estos niños?”. Era cuestión de probabilidad. Fafo tenía habilidad para entenderse con los tíos que molaban –los que regalan maquinitas de mario bros-, y para dibujar.

La séptima era Tele. Era una marimacho, jugaba al futbol y los niños del callejón la respetaban. Tenía un cuerpo atlético, el espíritu aventurero en las excursiones por el campo y una mala leche olímpica: se partió un dedo dándo un puñetazo a un sofá, y cuando se cabreaba se mordía el labio superior con los dientes inferiores y era capaz de atacarnos con su escayola del brazo. Ella nunca debió de imaginarse, como yo, que un lobo le mordería el culo si se alejaba buscando níscalos en el bosque de Requena. Un carácter.

La octava llegó menudita. Pan era una cerillita –flaca, todo cabeza, y los ojos más grandes y azules que podáis imaginar-. Como era flaquita tendía a estar pachucha y la comida le solía sentar mal. Pero tenaz. Una vez me aposté cinco duros a que no se comía un plato de espaguettis con tomate más grande que ella. La cabrona de Pan se lo comió, al borde del vómito. Y yo no le pagué y ella todavía se acuerda y me lo reprocha, la muy rencorosa.

La novena fue Hacha. Somos un poco gemelas, físicamente parecidas y con un grado bastante similar de acarajamiento. Vale, ella es más joven, está más buena, y además desde pequeña sostuvo que poseía “el don de la belleza”. Y se excusa diciendo que ella lo dijo porque se lo había dicho yo. Qué imaginación tenía esta niña.

Y la décima, Meme. Era una pupas. Todos saltábamos en la cama, y ella salió volando y aterrizó de cabeza en el tranquillo del balcón, partiéndose la clavícula. Teniendo poco más de dos años metió las manos en el badil de ceniza con ascuas, de limpiar la chimenea y se le pusieron las manos como dos globos, de tanta ampolla, y nos recuerdo a nosotros sentados en el sofá, llorando porque la veíamos llorar con sus manitas vendadas. También se le cayó un banco de piedra de la plaza del ayuntamiento encima del tobillo. Tuvieron que levantar la piedra entre cuatro hombres, pero su tobillo resultó morado e hinchado pero ileso. Y era trolera. Me acuerdo del día en que se acercó, manos a la espalda y con sonrisa excitada a Fafo. Fafo se la quedó mirando sin saber qué demonios tenía y ella expone con total convicción. “ ¡Fafo, yo NO te he cogido tus colores!”. Fafo se partió de risa y se los cogió de la espalda.

A veces recuerdo aquellos años y me hacen sonreir. Era otro mundo...

13 comentarios:

Pimkie dijo...

Fijo que no os aburríais!

Yo les pedí a mis padres un hermano, y me trajeron un enano que no paraba de berrear. Recuerdo que, con 6 años, después de ver a mi nuevo hermanito en brazos de mi madre, les solté a mis queridos progenitores:

A ver, me parece que no nos hemos entendido: yo muñecos ya tengo. Lo que quiero es un hermano MAYOR.

El típico problema de comunicación entre padres e hijos, me temo.

Anónimo dijo...

Esas casas de más cuatro -la mía- me fascinaban. Tenía varios amigos con 8 ó 9 hermanos y aquéllo parecían pequeñas repúblicas.
Jaja, supongo que los padres no ganaban para disgustos y sobresaltos, pero que estaban encantados, sí.
(Eso se ha perdío)

E. Martin dijo...

No se qué pasa esta semana que todo el mundo anda con posts melacólico-flashbackeros. Me voy a acabar cogiendo una depresión.

(y además nadie que no sea un hermano mayor es capaz de entender que los hermanos menores sólo han venido a éste mundo para hacerte la infancia insoportable)

Antígona dijo...

¡¡¡Caray, diez!!!! Cuando he pasado este mediodía y le he echado un vistazo por encima al post, pensé que estabas describiendo a tu pandilla de amigos, así que acabo de quedarme a cuadros... Ni me lo imagino, vamos, en mi casa que éramos la parejita y para de contar...

Ahora que, con los diez "elementos" que describes, si tus padres aún conservan la salud mental es como para levantarles un monumento. ¡Lo que debían de ser las horas de las comidas en tu casa!

Y ahora viene la pregunta de rigor, la que seguro que te han hecho miles de veces: ¿nunca pensásteis en montar un equipo de fútbol? :P

Un beso

querida_enemiga dijo...

Cuantos más hermanos, más probabilidades de pasar desapercibida y que no te den la brasa luego de mayor. Qué suerte tienes y qué post más divertido. Felicidades.

Gato dijo...

Querida, éso es cierto. Y como todo, tiene su cara A y su cara B. Pero hay situaciones - como la que, me temo, es la tuya- en las que la cosa se diluiría si fuérais más hermanos.

Antígona, por supuesto que nos han hecho la pregunta; y mi Abu con sus muletas era el portero. Tengo que escribir de mi Abu y mi Yaya, ahora que me acuerdo...

E. Martin, déjame adivinar: eres el mayor. Jo, este post no es depresivo, so capullo, que estoy yendo al cañero y me encuentra bastante mejor, ;P

Martínez, la fascinación era mutua: cuando yo veía la olla de una madre "normal" pensaba que era de juguete, y sus enseres de cocina eran todos una monada. Era como visitar casitas de muñecas. ¡¡Y cada persona tenía una habitación y la llamaba "suya"!!

Pimkie, mi madre recuerda volver del hospital con uno de nosotros y que los hermanos, asomados a la cuna, dijeran: "Pero mamá, lo que nos has traído...¡¡¡qué poco!!!"

E. Martin dijo...

¡¡¡Yo no soy mayor!!!

Y en mis tiempos los blogueros no se metían con sus comentaristas (cofff... cofff... maldita tos)

Gato dijo...

Angelico, no sa dao cuenta de que los años no pasan en balde...

Perlita de Huelga dijo...

A mí me da envidia, chica. Será por eso que yo quiero muchos hijos y tú ligarte las trompas, juas juas

Gato dijo...

Halaaa, ligarme las trompas... ¿He dicho ya alguna vez que la Perli se toma unas interesantes licencias literarias?

Estooo, Perli, ¿Cómo estás de ánimo? El post de las Drama Queen decía que dos Drama Queens no podían tener una crisis que coincidiera en tiempo y lugar... ¡¡¡Pero creo que yo no me aguanto con la mia, aquí, callada!!! Entonces no sé si respetar tu crisis o seguir dándote la vara con la mía...

Perlita de Huelga dijo...

Gatooooooo!!!
Confieso que escribí un post y lo he publicado y lo he despublicado a toda hostia.
Te lo mando y lo publicas tú.

Gato dijo...

Ok, ¿por dónde me lo mandas?

E. Martin dijo...

Ejem, sabe mas Cthulhu por primigenio que por Cthulhu... ¬¬